quarta-feira, 30 de agosto de 2017

A Miúda da Banda


«Nessa altura, quase todos os edifícios do Soho estavam cobertos por cartazes de bandas. Eu e o Thurston costumávamos sair durante a noite e colar os nossos cartazes por cima dos das outras bandas, excetuando se se tratassem de bandas ou músicos de quem gostássemos ou que conhecêssemos. A guerra dos cartazes era uma guerra por um lugar de destaque (...) No início dos anos oitenta, era possível arranjar concertos por colar cartazes na Kitchen ou Broome Street, onde havia muitos espetáculos de no wave ou novos músicos. O que interessava era ser rápido, saber o que se estava a fazer e dominar uma de duas ferramentas: a primeira era a cola Elmer's, que secava depressa e era fácil de esconder debaixo da roupa; a outra envolvia pasta de trigo e um balde demasiado grande, o que podia tornar-se complicado, especialmente no inverno, quando a pasta congelava nas mãos e dedos.
(...)
Em 1982, o ano em que lançámos o nosso primeiro álbum, Confusion is Sex, o Dan andava a fazer pesquisas sobre os Shakers. Esta religião de culto, surgida com o nascimento dos primeiros escapistas americanos obcecados com a liberdade religiosa, fascinava o Dan, especialmente a prática dos membros femininos de dançarem até atingirem uma espécie de histeria frenética, quase orgástica. (...) O Dan perguntava-se o que haveria de comum entre o rock and roll e a seita Shaker. Para si, ambas eram variações de reverência extática. O Shakerismo, escreveu ele, provinha do mesmo sítio que o primeiro hardcore americano, com os rapazes do público de cabeça rapada nos concertos de punk rock, fazendo lembrar as cabeças de uma qualquer tribo monástica exótica. O Dan, assim como o Thurston, estava fascinado com a Patti Smith, com a intensidade e feitiçaria que envolvia as suas atuações. O Dan acabou por realizar um documentário artístico chamado Rock My Religion, que incluía um clipe ao vivo dos Sonic Youth a tocarem Shaking Hell
A letra – "She's finally discovered she's a... He told her so..." – ligava-se à ideia da mulher como uma criação vinda de filmes e publicidade. (...) A um nível mais pessoal, Shaking Hell é um espelho da minha luta com minha
própria identidade e com a raiva que sentia contra a pessoa que era.  
Qualquer mulher sabe ao que me refiro quando digo que as raparigas crescem com um desejo de agradar, de ceder o seu poder aos outros. Ao mesmo tempo, toda a gente conhece o modo agressivo e manipulativo como, por vezes, os homens exercem o seu poder no mundo, e o modo como, através do uso da expressão "com poder", referindo-se às mulheres, os homens estão simplesmente a manter o seu próprio poder e controlo. Anos depois de ter saído de Los Angeles ainda ouvia a voz do meu irmão, a sussurrar-me Vou contar a todos os teus amigos que estiveste a chorar

domingo, 27 de agosto de 2017

Fusão

"Olha, se fossemos música, éramos este disco."


«(...) el sentido que tiene es que es un acercamiento a otra tierra a través de la música y es un abrazo entre dos culturas a través de dos expresiones como son la música celta y el flamenco.»

Vicente Amigo, para 'ABC'

quinta-feira, 24 de agosto de 2017

O Camisola 10



É sempre lindo regressar à Argentina.
De Buenos Aires guardávamos as empanadas de El Sanjuanino, lugar eterno na barriga.
Mas em Lisboa, o drible é no El Pibe, num cantinho da Travessa de Santa Marta, fazendo a bola chegar com apelido: as Pablo Neruda, as Carlos Gardel, as Pablo Escobar e as Pinochet.

e o mano viejo no WhatsApp

Raspa sou gajo para ir aí ter.
Vais ficar por aí?
Ou vais cinema?
                          
                         Vem cá ter

Também vieram várias Quilmes para a mesinha. E noites assim são as melhores.

P.S: Para ser perfeito é colocar a fotografia do Pablito Aimar.

segunda-feira, 21 de agosto de 2017

Visca Barcelona !


«Si eres de Barcelona la primera vez que vas a Las Ramblas te llevan de la mano. Lo hace tu padre o tu madre. Tu abuelo o tu tío, tus primos o tus hermanos mayores. A veces te despistabas y se la dabas por unos instantes a un extraño y no notabas la diferencia: la mano del otro te era familiar. También su andar, su olor. Curiosamente no distinguías que no era de los tuyos. Eso no pasa en todos los sitios. Sólo en parques de atracciones y en Las Ramblas (así, en plural porque son muchas). Lugares fabulosos ambos como sabe cualquiera por poco que sepa uno. Sitios donde todo el mundo puede ser él mismo y, a la vez, único y extraordinario y que eso no importe a nadie. Lo extraño es cotidiano y se muestra tal cual, ahora y antes, en Las Ramblas, bajándolas, subiéndolas, cruzándolas, a la carrera o al trote, perseguido o ensimismado.
En ese recuerdo, bajar o subir por Las Ramblas siempre era hacerlo de la mano de alguien que te cuidaba, te protegía, evitaba que te perdieras. Escribo esto sabiendo que han asesinado a un niño de tres años que fue a Las Ramblas con su tía —que ayer aún estaba grave— y otros miembros de su familia. Eso —que uno de los tuyos quisiera respirar un poco y se acercara hasta a Las Ramblas y te llevara con él, previamente acicalado y decente— era usual. También ahora. Sobre todo para barceloneses de fuera del centro o de alrededores.
Ramblas desde Plaza Catalunya hasta el monumento a Colón o a la inversa. Pienso en el crío, en la familia, en el asesino, en la familia del asesino y pienso en Barcelona y me percato de que al hacerlo en Barcelona lo hago no como una ciudad sino como una comunidad —herida hoy— y me doy cuenta —por mucho que puedas llevarte mal con la madrastra que puede ser Barcelona— que siempre perteneces al sitio donde estuvo la gente que te dio la mano para que no te perdieras.
Pasaba el tiempo y por Las Ramblas seguías yendo atado a otros. De tu pareja, de un policía o abrazado a tus amigos, bajando a comprar discos de segunda mano o subiendo, eufórico, mientras Las Ramblas eran regadas, ya de madrugada escupidos desde bares como Karma, Glaciar, Jamboree, Les Enfants o Sidecar.
Las Ramblas son la mejor expresión de los barceloneses. De cualquiera de nosotros. Cuando venía gente de fuera, los llevabas a Las Ramblas porque estabas orgulloso de ellas. Sólo era un paseo —hay lugares más bonitos o impresionantes en la ciudad— pero un paseo repleto a todas horas de gente tan bonita e impresionante como horrible e impresentable. Personas distintas embriagadas por el extraño sortilegio de la acumulación y la tolerancia, y que, por lo tanto, hacía que no te encontraras extraño o rechazado mientras pisabas esas olas dibujadas en el suelo de Las Ramblas. Creo que es imposible pisarlas y no sentirte parte de una comunidad al hacerlo. Una comunidad de la que además sentirse orgulloso. Por abierta, por gigante, por luminosa. Es, en cierto modo, terreno sagrado por laico, y es que en Barcelona siempre ha cabido todo el mundo y nunca sobró nadie. Ni antes ni ahora.
En Las Ramblas descubrías muchas cosas y encontrabas otras que no supieras que andabas buscando: drogas, una pulsera, un familiar que no debería estar allí o un paraguas. Bajabas de adolescente porque allí estaba lo que podías y no debías saber. La vida en toda su complejidad y maravilla. Luego volvías a casa y ya no eras el mismo. Nunca regresabas igual enfrentado a la cena recalentada en el comedor familiar, de repente tan gris y vulgar.
Descubrí a Baudelaire en un quiosco en Las Ramblas y el Berlín de Lou Reed en una tienda de segunda mano. Me llevaron a escuchar Verdi al Liceo, me topé muchas veces con la Negra Flor, trataron de que hiciera catequesis en l'Església de Betlem y me enseñaron a beber absenta con cuchara. Músicos en la calle, gente que hacía caricaturas, vendedores de cualquier cosa y a viejas amigas de mis abuelas. Mis familias vivieron ambas en el Chino —antes Distrito V, ahora Raval—, en calles sin luz del sol, que iban a parar a Las Ramblas y éstas al mar, y ninguna de las dos cosas era —retorciendo al clásico— el morir sino —todo lo contrario— el vivir para mis dos abuelas. 
Volvías de ese paseo de la mano de tu padre o tu tía sabiendo que había cientos de vidas distintas por vivir y tipos que vendían pulseras, hacían malabarismos con balones, mujeres que eran hombres, hombres que eran mujeres, marineros negros de blanco y turistas naranjas, contentos y sorprendidos de estar pisando aquel paseo, de ser gente aquí y ahora en tu ciudad, Barcelona. Y también sabías que pisabas territorio de gigantes: pintores —uno de ellos frenó con su dibujo una furgoneta asesina—, poetas y diarios de ladrones, vidas privadas, despachos de detectives que habían matado a Kennedy; Casos savoltas y bailes de watusi; el fracaso del musclaire y un argentino rumbero; y chupas de cuero y ojos como cámaras en noches en las que salía el sol por la avenida de la Luz. Los vivos y los muertos vivos subían y bajaban contigo por Las Ramblas.
Pones hoy la televisión, lees la prensa y las cifras, los comentarios, los políticos, los asesores, las imágenes y la palabra de tu ciudad, Barcelona, y Las Ramblas. Ves zonas, en especial de Las Ramblas que, al estar desiertas, te cuesta reconocer. Pero sobre todo ves a gente de Barcelona. Gente de Barcelona con miedo, gente de Barcelona que no se quiere dejar asustar. Gente de Barcelona de Honduras, de Nueva York, de Madrid, de Santander y de Santiago de Chile. Gente de Barcelona con maletas. Gente de Barcelona en el suelo, muerta o herida, en una figura atrozmente imposible. Gente de Barcelona curiosa y gente impotente de Barcelona. Gente de Barcelona que quiere hablar y otra que quiere olvidar. Gente de Barcelona que ayuda. Gente de Barcelona que espera. Gente de Barcelona que dona sangre y gente que la vierte.
Da igual que esa gente sólo lleve unas horas en Barcelona. Pertenecen a una comunidad porque todos están buscando u ofreciendo una mano que les haga bajar o subir Las Ramblas para que nadie —aunque cruce a cuatro ruedas en furgoneta y en zigzag— se considere mejor que nadie, con más derechos que nadie ni poseedor de ninguna verdad ni ningún dios mejor que cualquiera de nosotros, gente aquí y ahora, de Barcelona.»
"De la Mano", por Carlos Zanón, 'El País', 19.08.2017

sexta-feira, 18 de agosto de 2017

the Power of the Gospel


As paredes escorriam suor e não foi só por estarmos em Agosto e o Coliseu a rebentar. 
Ben Harper tratou de fechar a digressão a solo na Europa com perto de três horas de paixão e revolution que é aquilo que oferece ao mundo. Esculpindo o som com a violência de um cinzel e a precisão do ourives. 
"It's what we do with what we feel". Guitarras que parecem gente e voz feita sangue.
Um dia talvez se diga que hoje houve dois sismos.

quinta-feira, 17 de agosto de 2017

'Paterson', de Jim Jarmusch



Silêncio. Rotina. Tempo. Os dias iguais. A vida às vezes é isto.
Paterson que é Adam Driver e uma linda iraniana chamada Golshifteh Farahani que é Laura. 
Poesia.
O amor pelas coisas simples e belas. Como um fósforo.